Paulo Dybala, de Laguna Larga a la cima del mundo

Adolfo Dybala, conocido simplemente como “el Chancho” en Laguna Larga (localidad del interior cordobés, con modos de pueblo, a 55 kilómetros de la Capital), pudo ser futbolista profesional. Eso juran los que lo vieron jugar.

Era un volante central rústico, de gran personalidad. Jugó en las décadas del ’70 y del ’80 en los clubes Newell’s y Sportivo de esa ciudad. Pero eran otros tiempos y saltar al fútbol grande era una quimera. Un imposible.

Entonces, formó una familia junto con Alicia Suárez, sustentada por una agencia de quiniela, y soñó con que alguno de sus tres hijos (Gustavo, Mariano y Paulo, el menor) pudieran triunfar.

Ayer, a miles de kilómetros de su Laguna Larga, en Turín (Italia), Paulo Dybala, el hijo del “Chancho”, tocó el cielo futbolístico a nivel clubes. A sus 23 años (nació el 15 de noviembre de 1993), llegó a la final de la Champions League con Juventus, uno de los clubes más poderosos del mundo.

En uno de esos milagros que sólo el fútbol puede conceder, de una localidad de casi 10 mil habitantes hubo un niño tocado por la varita mágica que consiguió saltar de un pequeño potrero a los grandes estadios del mundo.

El Porvenir de “la Joya”

La quiniela La Favorita, de los Dybala, sigue funcionando en Laguna Larga, en la avenida Hipólito Yrigoyen, justo frente a la terminal. Allí la gente ingresa, juega algún número llamando a la suerte y pregunta por “la Joya”. Parte de su familia sigue ahí, donde todo comenzó. Donde todavía la gente saluda, aunque no te conozca.

Justo al frente, en un potrero que ya no existe, Paulo inició este viaje en la escuelita de fútbol El Porvenir. Las fotos de esa época muestran canchas de tierra y ruedas de camiones que servían de asientos para los espectadores.

“Paulo vivía con la pelota, dormía con un fútbol. Yo jugué desde chico con él, en El Porvenir y en Sportivo. Hacía cosas que nosotros no podíamos. Era diferente. No es común que de un pueblo tan chico salga un fuera de serie así. Pero le tocó a él y bien merecido lo tiene”, señala Martín Aznar, amigo íntimo y dupla de ataque en la infancia.

“Jamás olvido un partido en Sportivo que perdíamos 3 a 0 y parecía imposible ante Flor de Ceibo. Lo dio vuelta Paulo solo, con 9 años. Ganamos 4-3 con cuatro goles suyos y todos entendimos que podía lograr lo que se propusiera”, recuerda.

A los 10 años, Martín vio partir a su amigo. Su papá Adolfo consiguió una prueba en Instituto. Algo muy difícil por aquellos años. Esa tarde en la que el pequeño Paulo se enteró de la noticia, le dio uno de los abrazos más largos que recuerde a su viejo. De los más inolvidables. Tenía 10 años y el mundo parecía un lugar perfecto.

“Cuando estaba en cuarto grado, vino su papá y nos pidió permiso para llevarlo a Instituto. Allí empezó a viajar y a cumplir su sueño. Paulo amaba y ama a su papá. Cada gol que hace se lo dedica a él, que hizo todo para que llegara. Adolfo movió cielo y tierra para que este sueño fuera realidad. Yo creo que su familia cambiaría todo para disfrutar hoy todos juntos, comiendo galletitas con picadillo como cuando Paulo era un niño”, dice Zulma Vottero, su “seño” en 4º grado en el colegio Narciso Laprida. Ella, además, lo define como alumno: “Era responsable, humilde y algo tímido. No olvida sus orígenes y a su Laguna la tiene siempre presente. Le dieron un don y lo supo aprovechar”.

El pibe de la pensión

“Ves, nene... Todo comenzó acá, en este preciso lugar”, dice Santos Turza, mientras se prepara para contar la anécdota que, no hay dudas, repetirá una y mil veces más.
Turza, eterno reclutador de Instituto, fue quien le abrió las puertas del predio a un pequeñito Dybala, que llegó de la mano de su padre con apenas 10 años, en el año 2003. Turza recuerda que Paulo tenía una camiseta de Boca y no había miedo en sus ojos frente a la prueba de su vida.

“Lo probamos en un picado y me sobraron 15 minutos para decirle que se quedara. Acá no se podía venir a probar con la camiseta de otro club, pero en este caso no dije nada. Ahí nomás hablé con su padre y le pregunté dónde tenía el pase. Me explicó que en Sportivo de Laguna Larga y decidimos ficharlo. Lo habilitaron a los 21 días y empezó a jugar en la 10ª de Liga Cordobesa. Y ese mismo año salieron campeones”, recuerda Turza.

Allí, Dybala compartiría equipo, entre otros, con dos jugadores que llegaron y están actualmente en la primera de Instituto: Gustavo Gotti y Brian Olivera.

“Paulo tenía y sostiene una conducta intachable. Un chico humilde, como toda gente del interior provincial. Un pibe excelente y que ya mostraba sus condiciones. Ese primer año ya empezó a jugar muy bien, pero en un torneo que jugamos en Villa Huidobro la descoció, la rompió toda… Ahí me di cuenta de que iba a llegar muy lejos”, señala Santos.

En aquellos primeros tiempos, Paulo viajaba en el auto familiar desde Laguna Larga con su papá martes y viernes para entrenarse, y los domingos volvía a hacer ese trayecto Laguna Larga-Córdoba, Córdoba-Laguna Larga para los partidos.

“Paulo era distinto, diferente. Antes de que estuviera en la pensión, su papá, que era un tipazo, lo traía a los entrenamientos. Hicieron un gran esfuerzo juntos. Lamentablemente, no lo pudo ver jugar en estos lugares tan importantes”, cierra Turza. A su alrededor, corretean niños de diferentes categorías en el predio de la Gloria. Justo en uno de sus ingresos está su gran orgullo, la pensión donde Dybala vivió en 2011, cuando jugaba en la quinta de AFA (antes, estuvo un tiempo en otra casona que tenía el club para sus juveniles en barrio La Fraternidad), poco antes de su gran explosión.

La cantera del mundo

En esas mismas mesas donde ahora almuerzan los 35 chicos que allí se alojan, Dybala transitó sus días mientras se entrenaba y cursaba el secundario en el colegio Justo Páez Molina, en barrio Jorge Newbery.

Dirigirse hasta la habitación número 3, conocida como “la pieza donde vivió Dybala”, es recorrer un camino que Paulo hizo miles de veces durante esos años. Y allí, en la cama de abajo de esa cucheta apoyó la cabeza y soñó miles de noches lejos de su casa estos mismos sueños que ahora acuñan estos pibes.

“Acá los chicos ven en Paulo un sueño que puede ser realizable. Es el espejo en el que se miran”, cuenta Paulo Garletti, PF de las inferiores y parte del cuerpo técnico de Darío Franco cuando Dybala saltó de la quinta de AFA a la primera.

“Paulo fue siempre humilde y rescato que fue un chico que siempre escuchó a los más grandes. Cuando lo subieron a primera era el jugador número 30 y tuvieron que armarle un catre en la concentración, porque no había lugar para él. Y cuando todos hacían hielo para recuperarse, era el último de la fila. Cuando empezó a jugar y llegaron los goles, fue ganando ascendencia en el grupo y ya nunca más fue el último en nada”, señala Garletti.

Pablo Álvarez, actual coordinador de las inferiores del club, fue su DT en sexta de Liga Cordobesa. Y fue una de las personas más cercanas en los tiempos más bravos y tristes de Paulo. Cuando la familia tuvo el diagnóstico de la enfermedad de Adolfo, entendieron que ya no podría llevarlo a entrenarse. Paulo decidió regresar por unos meses a Laguna Larga para acompañar a su papá en ese triste momento.

Allí, se cobijó en los suyos y fue cedido seis meses a préstamo a Newell’s, donde saldría campeón con la quinta división, en 2008. En medio de la tristeza y ya sin Adolfo, tomó fuerzas para seguir.

“Acá lo acompañamos en un momento muy difícil, de mucho dolor. Estuvieron sus amigos y su familia. Esos golpes te pueden llevar para cualquier lado, pero Paulo siguió parado. Luego volvió a Córdoba y todo se fue dando ya en Instituto, algo que antes no se veía tan claro. Humanamente, no ha cambiado. Viene a Laguna y se da una vuelta por el club. Es humilde y sencillo. Paulo vio que venía el tren, se subió y no paró más”, resalta Walter Obregón, su DT en esa dura etapa en Newell’s.

“Era muy educado, perfil bajo, siempre fue un chico de familia. Se aferró y se respaldó en su mamá y en sus hermanos. Yo lo tuve hasta que le detectaron la enfermedad a su papá y él decidió volverse a Laguna Larga por esos meses. Luego, por suerte, volvió y arrancó para no parar más”, señala, por su lado, Álvarez, y agrega: “Siempre tuvo la técnica y era algo que lo podíamos ver todos. Pero sorprende hasta donde llegó. Paulo creció, se hizo líder, modeló su carácter y se transformó en un crack de nivel mundial. No sabemos hasta dónde llegará”.

Allá arriba, en el techo de la pensión de Instituto, se lee en un flamante cartel: “La Agustina, cantera del mundo”. Ayer, los chicos se sentaron en el comedor de la pensión para verlo por TV y soñar ser como él. En Laguna Larga, el pueblo se paralizó para seguir a su hijo pródigo, a su gran orgullo. Y la filial que lleva su nombre se reunió en el resto bar Leo para alentarlo.

En Turín, Dybala miró al cielo y le agradeció a su papá Adolfo cada momento, cada instante.

Y todo este camino transitado juntos, aunque ahora no esté físicamente. Está cumpliendo su sueño y el del “Chancho”. En el nombre del padre.

El exjugador de Instituto jugará la final de la Champions League con la Juventus de Italia. Cómo hizo “la Joya”, este cordobés de 23 años, para llegar a la cumbre del fútbol mundial.

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