Dueños del clásico, se necesita

Las cartas ya están sobre la mesa. Ya no se puede decir que no importan los antecedentes porque el inmediato ya ofreció una lectura importante. Ya saben cómo cuidarse uno del otro y qué lo puede llegar a herir. No se pueden mentir, más allá de una escena que también puede ser determinada por la impronta y los errores de sus protagonistas. De los que están de corto y los que están de largo; de los jugadores con la suma de la aptitud y la actitud y de los entrenadores. Aquellos que deben tener la pericia para bajar el mejor plan y para acomodarlo, mejorarlo o directamente buscar una nueva alternativa cuando los climas están tormentosos.

Como sea, el clásico se ofrece gustoso para aquellos que quieran tomarlo. Necesita dueños. Protagonistas que quieran grabar sus nombres a fuego. La imperiosa necesidad de ganar que tiene cada uno, hace que la gloria está al alcance de la mano. Para Talleres puede ser un hito en su campaña. Se puede recordar como el resultado que inició su camino a la clasificación a las Copas o aquel que lo frenó o lo despertó o lo reubicó en una realidad que sólo le daba para mantenerse en primera. Para Belgrano, será una caricia para el alma y ser el punto de partida para una reconstrucción o una preocupación más dentro de una campaña que condicionará su permanencia en la categoría, en breve. Salvar el año, sería ganar todo lo que le resta hasta el cierre de la temporada; no un partido.

Individualmente, el clásico es el pasaporte a un sitial por el que ya transitaron Guillermo Farré y Gonzalo Klusener, por caso, y que no margina a nadie. Contempla desde el más al menos dotado, a los que piensan en utilizarlo como trampolín para una venta o para saldar deudas con el mundo de cada club, a los que soñaron con jugar este partido y a quienes nunca se imaginaron jugarlo; a esos  que lo necesitan para probar que son capaces de ganar con un estadio exigiéndole el triunfo o de aquel que lo sufrirá;  desde aquel que necesita superar sus temores a dar la talla.

De eso se trata, de ganar o de hacer de todo para lograrlo. La derrota es brava, nadie lo duda, pero el empate no se festeja, salvo aquel impresentable de 1999 que aseguró la permanencia de ambos, en el que no patearon al arco. De esas formas, nadie se acuerda porque fue una vergüenza y porque, principalmente, le mintieron a la gente.

Quien más quien menos, todos están contemplados. Dueños del clásico, se necesita. No es un aviso clasificado. Es un llamado a la gloria. 

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