QUITO.- Catorce segundos. Un abrazo puede ser eterno aunque se mida con el cronómetro. La imagen es fuerte: ya sin camiseta, cubierto por la remera térmica blanca que llevaba debajo, Lionel Messi sube las escaleras del túnel que lo trajeron de la cancha, donde acaba de consumar una obra gloriosa, y se encuentra de frente con Chiqui Tapia. Y cuando Messi quiere, quiere: él abraza al presidente de la AFA, que lo besa en la mejilla y le dice algo al oído. Se sueltan pero se vuelven a abrazar, hasta que el capitán, feliz, camina tres metros, le da un beso a Luis Juez y se mete en el vestuario a iniciar el festejo íntimo. Catorce segundos. A un costado de Tapia, Daniel Angelici espera a ver si para él también hay un gesto, pero Messi hace como ya había hecho con los ecuatorianos: lo gambetea y sigue su camino.