El superclásico podía cerrar o abrir el campeonato. Podía ratificar a Boca como el máximo candidato a ganar el título dentro de 40 días o subir a la pelea a un puñado de equipos (San Lorenzo y River, entre ellos) que parecían haber descartado el título y concentraban sus mejores energías en la Copa Libertadores. Y pasó esto último.
Ganó River 3 a 1 y ahora que quedó a cuatro puntos (45 a 49) con un partido menos (el 11 de junio jugará el encuentro pendiente ante Atlético Tucumán) piensa que puede salir campeón. Y mucho más que eso, cree que Boca, después de este traspié en la propia Bombonera, no podrá soportar la presión de tener a su archirrival haciéndole sombra desde tan cerca.
Al término del partido, los ojos bien abiertos, sin poder dar crédito a lo que estaba sucediendo, de Guillermo Barros Schelotto, el entrenador xeneize, dieron la pauta de hasta qué punto Boca salió golpeado del viejo estadio de la Ribera. Se perdió el partido que no se tenía que perder, el que lo consolidaba como el gran candidato. Y se lo perdió jugando mal. Sin línea, sin juego, sin un solo jugador destacado. Tampoco sin el arresto emocional que hubiera convertido la Bombonera en un hervidero de gritos y de aliento.
Dentro de todo, la multitud boquense no le soltó la mano a su equipo. Con el último pitazo de Patricio Loustau, no brotaron los silbidos, los insultos ni los gestos de reprobación. En ese momento difícil, lejos de reprobar a los suyos, la gente desde los cuatro costados eligió cantar en contra de River y decirle, por enésima vez, “vos sos de la B, vos sos de la B”, mientras en el centro del campo de juego, los jugadores millonarios eran un racimo de abrazos apretados, la imagen misma de la felicidad.
De todos esos abrazos, uno, el que el técnico Marcelo Gallardo le dio a Augusto Batalla fue más fuerte que cualquier otro. El joven arquero riverplatense sintetizó, acaso mejor que nadie, los vaivenes de un partido cambiante e imprevisible. Fue el responsable del gol de Fernando Gago en la última jugada del primer tiempo cuando dio un paso adelante para salir a cortar el centro y el volante boquense le coló el tiro libre por encima de su cabeza.
Pero se reivindicó en el final, tapando dos pelotas de gol, la última casi desde el piso a Gino Peruzzi, que hubieran significado el empate boquense. Batalla es una apuesta personal del “Muñeco” quien con su abrazo, volvió a renovarle el crédito a un arquero promisorio pero que defeccionó las dos veces que tuvo enfrente la camiseta azul y oro.
Luego, la multitud marchó en silencio y preocupada el regreso por las callecitas en penumbras de la Boca. Si la noche hubiera terminado en triunfo, el campeonato se habría sentido al alcance de la mano. Ahora habrá que remar y jugar seis finales, la primera el domingo que viene otra vez en la Bombonera y ante Newell’s, otro de los que recobró el aire con la derrota de ayer.
Encima habrá que ver lo que sucede con Ricardo Centurión (salió lesionado a los 15 minutos del primer tiempo con una distensión en el isquiotibial derecho) y reemplazar a Rodrigo Bentancur, quien hoy se incorporará al seleccionado uruguayo que jugará el Mundial Sub 20 de Corea del Sur. Será una semana caliente en la Boca, como siempre pasa cuando se pierde un superclásico.
En cambio, para River todo es ilusión. Después de aquel empate de último momento con Sarmiento en el Monumental, creía que nada más tenía que hacer en el campeonato y que debía dedicarse a tiempo completo a la Copa Libertadores, para cuyos octavos de final ya se ha clasificado.
Desde anoche, apuesta a los dos frentes, a la Libertadores y ahora al torneo local. Birlarle a Boca un título que creía servido en bandeja es un placer que los millonarios quieren darse.
Mientras los números los respalden, no habrá manera de bajarlos de ese sueño.
River le ganó bien a Boca y dejó el torneo al rojo vivo. “El Millo” quedó a cuatro puntos del Xeneize, con un partido pendiente.
