Se acabó la llovizna, se diluyó la niebla y se atenuaron las discusiones por las situaciones polémicas que tuvo el superclásico cordobés el sábado a la tarde.
Las especulaciones daban ganador a Belgrano si Juan Cruz Komar hubiera sido expulsado cuando bajó a Matías Suárez justo antes de ajusticiar a Guido Herrera; o ponían una ficha a favor de Talleres si Néstor Pitana cobraba mano-penal de Guillermo Farré ante el disparo del mismo Komar. Suposiciones, conjeturas, probabilidades… todo en el terreno de lo que hubiera podido ser.
Lo cierto es que las actuaciones de ambos equipos no invitaron al brindis. La realidad mostró un juego dinámico y entretenido, pero con propuestas que lejos estuvieron de otras de mejor nivel, o por lo menos de aquellas alegremente recordables por ambas hinchadas.
Como todo equipo local, asistido por casi 60 mil personas, Talleres tuvo que asumir la iniciativa del juego. Esa tarea desnudó la pérdida de frescura de una propuesta que hasta hace unas fechas lucía bastante aceitada y atractiva. Casi siempre en Córdoba, el juego albiazul se ofrecía rápido, prolijo, de buen toque, con varias alternativas ofensivas y no pocas veces con escasa productividad para llegar al gol.
En esa expresión mucho tenía que ver su medio campo, lleno de zurdos y, por lo tanto, completo de talento. Sin Reynoso ante Belgrano, pero –se insiste– desde varios partidos atrás, los de barrio Jardín, ante rivales ya avisados de sus virtudes, han tenido muchos problemas para saltar con fluidez ese traumático espacio que se extiende de mitad de cancha hasta el borde del área y que tantas veces, al hacerlo bien, hizo sonar las alarmas en las defensas contrarias.
En esa crisis, en la que varios de sus mejores hombres han bajado su nivel, el norte sigue siendo Guiñazú, con el valor simbólico de un patriarca, casi tanto como lo fue el sábado Suárez, sin la trascendencia del “Cholo” dentro y fuera de la cancha, pero jugando uno de sus mejores partidos en Belgrano; “El Oreja”, sin embargo, a la hora de encontrar socios para armar jugadas estuvo demasiado sólo como para intentar la aventura de silenciar por completo a la multitud en el estadio Kempes.
Bastante tuvo que ver la disciplina inicial de Belgrano para que Talleres tuviera que esquivar tantos pozos en la media cancha. Si algo se nota en los piratas es un paulatino regreso a las antiguas formas defensivas. Tal vez por el asedio de los malos números, el pico y la pala han vuelto a florecer en los jardines de Alberdi, haciendo ordinaria su de por sí discreta oferta futbolística, pero obteniendo resultados imprescindibles para mirar el futuro con un poco más de optimismo.
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Sin margen para sorpresas
En ese contexto, lo que se puede esperar parece no admitir sorpresas demasiado agradables o que alteren drásticamente el rumbo que han tenido las campañas de los dos equipos. Volverá Reynoso para tratar de darle de nuevo mayor vivacidad a la oferta de su equipo, el que, además, ha mostrado pronunciadas grietas en su defensa, algo pocas veces visto en la primera parte del certamen. Talleres parece haberse estancado un poco ante su inminente llegada a los benditos 40 puntos, su principal objetivo.
Belgrano, en tanto, ha producido un leve rebote luego de tocar fondo, lo que le garantiza algo de inercia como para pensar en seguir subiendo, aunque sean algunos milímetros. Quizá por el influjo de Méndez, pero más por el amor propio de sus futbolistas, parece haber salido de lo más gris de la tormenta. De todos modos su actualidad exige otro paso hacia adelante como para que no tenga que valerse Suárez solo como único bastión ofensivo. Su imagen colectiva ha mejorado, pero dista mucho de la aceptable como para hacer más digerible una opaca y olvidable temporada.